domingo, 16 de marzo de 2008

Macarena García
Periodista de la Universidad Católica. Trabaja en Artes y Letras de El Mercurio y es coautora, junto a Óscar Contardo, de La era ochentera. Tevé, pop y under en el Chile de los ochenta.

"Cambié de opinión respecto de qué tiene que tener una ciudad para convertirse en un lugar deseable para vivir. Por ejemplo, ahora valoro las cuatro estaciones bien determinadas, que el invierno no sea muy duro (no Nueva York, no Dublín) y que en verano una pueda caminar 10 cuadras a plena tarde sin aturdirse (no Miami, no Madrid). Que ojalá tenga mar o al menos esté cerca de él. Que se valore el espacio público, que la gente ande en transporte público y no sea un entramado de autos y autopistas (no Los Ángeles, no Sao Paulo). Que tenga bibliotecas, ojalá también una cineteca y algún museo decente. Ojalá.

Lo fundamental, sí, es que sea una ciudad segura, que una pueda dejar la bicicleta amarrada con un candado grueso si entra a comprar a una tienda y que no ande pensando que el tipo de la vereda de al frente me quiere secuestrar (no el D.F., no Río). Que hablen un idioma que uno pueda entender y vayan al baño de la misma forma (no Berlín y definitivamente no Delhi, no gran parte del mundo; es obvio). Y, algo menos visible, pero decisivo, que el precio del suelo sea relativamente barato, porque si no terminaremos en el suburbio de la ciudad que de verdad queríamos (no Londres, no París, no buena parte del mundo que va al baño de la misma forma).
Mi nueva opinión es que Santiago es una ciudad casi perfecta. Sus defectos —el Transantiago y otros tantos—son perdonables con el menosprecio que se esconde en toda actitud optimista. Santiago es una de las mejores ciudades para vivir. Al menos me gustaría convencerme".


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