lunes, 10 de marzo de 2008

Daniel Villalobos
Periodista de la Universidad de la Frontera. Colaborador de civilcinema.cl y de la revista VIVE! de VTR. Actualmente es editor general de Bazuca.com

"Por distintas razones, he estado leyendo muchos textos de historia en los últimos años y -más allá del asombro ante lo ignorante que era sobre mi país y el resto del mundo en general- el gran cambio que me produjeron se terminó de gatillar el 2008: ya no creo en la noción de progreso. Al menos no como me la enseñaron en el colegio, como la usan los políticos o como la entiende la revista Capital.
Porque esa noción de progreso supone que estamos caminando por una larga línea en la cual nosotros vivimos mejor, estamos más informados y somos más sofisticados que nuestros abuelos, pero no tanto como lo serán nuestros nietos. Porque esa noción supone que el mundo antiguo es una especie de sótano polvoriento al que podemos mirar con reverencia o convertir en parque temático, pero jamás considerar como un elemento vivo de la cultura que nos rodea ni -siquiera por asomo- como un patrimonio a recuperar.
No quiero decir que debamos volver a vestir pieles o a usar jubones. Digo que cuando uno aprende algo de historia fuera de la lógica línea-de-tiempo que te enseñan en el liceo, las personas de otras épocas dejan de parecer pobres aves a las que debamos mirar con condescendencia y surgen como gente distinta, pero similar a uno en cuanto a que debieron encontrar sus propias maneras de lidiar con lo de siempre: el miedo, la soledad, la ignorancia, la enfermedad, el amor, la muerte.
Además, perderle el respeto al mito del progreso (y qué manera de infectar todo lo que nos rodea tiene ese mito) también terminó por hacerme olvidar ciertas mentiras que uno se cuenta desde niño: por ejemplo, que estamos aquí para ser felices -o que tenemos derecho a serlo- y que la sociedad espera algo de nosotros. La sociedad no espera nada.
Cuando dejé de pensar en mi propia vida como una reproducción pequeña de lo que se supone tiene que ser el progreso a gran escala, dejé también de pensar que lo que aprendía debía tener alguna consecuencia práctica visible, y volví a aprender sin mucho cálculo ni precisión, como uno aprende cuando niño, que es para mí la mejor forma de aprender. Y eso aprendí el 2008".